Lito, el tontito.

Mi nombre siempre ha sido Manuel, aunque solo me ha llamado así el maestro. Mi madre siempre me llamó Manolito y la mayoría de la gente se conformaba con llamarme “Lito, el tontito”, o simplemente a no llamarme. La verdad es que aparte del maestro y de mi madre no había quien me quisiera, así que podían llamarme como les viniera en gana porque, cómo bien me enseñó mi mamá, no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Esa gente cree que soy tonto, que no valgo para nada, pero se equivocan, porque yo no soy tonto, esto me lo explicó el maestro, yo lo que soy es feliz. Todos esos que se burlan de mí lo hacen por envidia. Dicen que mi madre es una ramera, que mi padre era un cura (y que le mandaron a misiones por mi culpa, que ya sería la suya, digo yo) y que así he salido yo, bastardo y retrasado. Igual que esto tienen otras habladurías con las que rellenan el tiempo de sus vidas, atacando siempre a la gente como yo, a la gente que envidian. Esto me lo repetía siempre el maestro. Me decía que soy un hombre especial y afortunado, y que eso mismo me condenaba al rechazo y al desdén. El maestro era muy sabio, y de él nadie decía nada malo, pero muchos se preguntaban porque le gustaba tanto compartir conmigo su tiempo, otros sentenciaban que lo hacía por lástima.

Lo que ellos no sabían es que el maestro venía conmigo porque yo le enseñaba mi don, el don de ser feliz. Esto me lo repetía mucho el maestro, y al final me lo aprendí. Aún recuerdo sus palabras, esas que me repetía cada vez que nos veíamos.

- Manuel, tienes la fortuna de poder trabajar, que tu trabajo te mantenga y que ello te haga feliz, porque no necesitas nada más. Mientras tu vida transcurre dócil y apacible, todos esos que se ríen de ti tan vilmente, anhelan a la mujer del vecino, su oro, sus tierras, sus conocimientos, sus herramientas. Tú, Manuel, siempre vivirás en paz y abundancia, pues fácilmente obtienes lo que quieres, mientras el resto sólo puede vivir la condena de la insatisfacción y del deseo, inconscientes del tesoro que poseen en su interior pasan vidas enteras buscando otros tesoros, que incluso una vez logrados, siguen sin serles suficiente. Son víctimas de un hambre insaciable, y por eso son tan infelices.

Siempre me agradó mucho la compañía del maestro, y cada vez que oigo a algún paisano burlarse de mí recuerdo sus palabras. “Tú no eres tonto, Manuel, tú estás destinado a ser feliz.”, así que yo me sonrío y compadezco a tanto listo como hay suelto.

Fuentes secas

Por más que lo relamía, lo besaba y mordisqueaba con suma dedicación aquello no reaccionaba. Entre los ya anchos muslos, antaño finos y tersos, presionándole la cabeza y la desesperante sequedad decidió abandonar sus primigenias intenciones. Parecía imposible. Ella se quejó vagamente, puramente por cumplir, consciente de la respuesta que su cuerpo estaba dando.

Él se incorporó, se vistió, se lavó los dientes y salió a la calle. Ya en el ascensor le entraron ganas de llorar, las contuvo, acumulándosele la presión en el pecho. Atravesó el portal a grandes zancadas y solo respiró sin dificultad cuando sus pies pisaron la acera. Miró a derecha e izquierda, dudando por la dirección a seguir, y lo solucionó como de costumbre, encaminándose a su bar habitual, que siempre terminaba siendo su refugio cuando no sabía adónde ir.

En el bar pidió una copa de cognac y depositó su atención en la televisión, que retransmitía un partido de fútbol. Se percató de que desde hacía ya algún tiempo veía casi todos los partidos de su equipo, conocía el desarrollo de la liga jornada a jornada y estaba al tanto de fichajes, cesiones y demás culebrones futbolísticos. Él, que nunca había sido un apasionado de los deportes, conocía todo lo relacionado con el fútbol profesional, acudiendo a su cita con el fútbol por televisión jornada tras jornada sin apenas falta.

En contraposición a esto trató de recordar con que llenaba el tiempo antes, y recordó sus tardes reunido con amigos y, sobre todo, sus fines de semana con su esposa. Salían a pasear sólo por pasear juntos, hablando durante horas sobre cualquier banalidad que en ese momento era capital para la pareja. También acostumbraban ir al campo y pasar la noche al raso, compartiendo su juvenil romance con las estrellas, con la imagen de la Luna recordó una de aquellas noches en las que el simple roce de su esposa le hacía saltar como un resorte, abriendo las fuentes de la pasión, otrora incontrolables. Pero todo eso ya pasó. Inmediatamente comparó lo que sentía con ella y lo que sentía con el último fichaje de su equipo. Tragó el cognac de un trago y observó a los parroquianos, a los que a pesar de haber visto tantas veces, miró con nuevos ojos. Le parecieron feos, muy feos y muy vulgares, arremolinados frente a una gritona pantalla de cristal a la que proferían toda clase de insultos, volcando sus frustraciones en un hombre vestido de árbitro que estaba a cientos de kilómetros. Posó su mirada en el espejo situado detrás de la barra y vió a otro parroquiano habitual, feo y vulgar, pensativo y sin parar de menear, azorado y con un toque de desamparo en la expresión, una copa de cognac ya vacía. Desterrado por su visión salió del bar apresurado, casi espantado.

Su marido ya no le resultaba atractivo. Seguía siendo un hombre algo apuesto, seguramente hubiera quien pensase que hasta había ganado con los años, pero para ella ya no era atractivo. Bien consciente era de que su piel y su figura no eran, ni de lejos, las mismas que hacía veinte años, pero a cambio había desarrollado su estilo y su personalidad, siendo, cada año que pasaba, más consciente de sus fortalezas y debilidades frente al sexo opuesto. Sabía que mientras dispusiera de sus tacones y su escote ella sería atractiva para los hombres. Pero su marido se comportaba respecto a ella como si fuera un mueble más de la casa, y luego esperaba que cuando él quisiera se convirtiera en una fuente. ¡No!, no le salía, necesitaba devolver ese íntimo desprecio al que se sentñia sometida, y era su cuerpo quien se encargaba de ello, porque ella no lo controlaba hasta ese punto, pero sí que era consciente de lo que le ocurría. Cuando esto ocurrió, que su cuerpo tomase el control, se percató de la situación a la que habían llegado. Y se puso a llorar contra la almohada. Ahora él lo buscaría en otra parte, puede que incluso pagase por ello, y lo último que seguían compartiendo se moriría fuera de su casa, fuera de su cama. Lloró en silencio pero abundantemente, lloraba de cansancio, de auto-reproche y de aflicción por el tiempo pasado.

Entonces se abrió la puerta y él entró en la habitación. Ella no se movió, la cara contra la almohada.
-Me niego, ¿entiendes? – dijo él al entrar.

No obtuvo respuesta, pero él sabía que ella esperaba algo a lo que contestar, ella esperaba algún gesto, algo que mereciera la pena para mostrar una sonrisa sincera en su lloroso rostro. Pero en vez de eso escuchó como él comenzaba a hacer una maleta, y se sintió una gran desazón por ello, pero prefirió esperar.

Él terminó la maleta y se sentó en la cama, junto a ella. Le acarició el pelo, lo besó y se puso de pie, caminó hasta la puerta y salió. Ella ya no lloraba, sólo esperaba.

Diálogos I

- Te fumas un porro para tener una idea, luego te fumas otro para no ejecutarla. Y ¿por qué?

- No sé, hastío supongo. A todo le veo tantas trabas que termino por no hacer nada. La verdad es que nunca le he terminado de encontrar el punto a la vida que se me ofrece. Es prácticamente seguro que haga lo que haga, sólo pueda ser uno más. Ser un reloj, está bien, marcas la hora, puedes sentir que haces algo. Incluso ser una manecilla o la alarma, pero ser un diente de una rueda del mecanismo del segundero...eso ya no suena igual. Sí, contribuyes, y puede que sin tí el reloj no funcionase, pero no sientes que haces algo, simplemente estás. A mi no me llama nada la atención ser un autómata, y menos una pieza del robot. Todo está tan especializado que al final tu labor es sólo una, Taylor nos arruinó la vida.

- Sí, pero gracias a esa especialización tenemos el nivel de vida actual. Si no me equivoco, te gusta venir en coche o autobús bastante más que andando.

- Joder, esto está a 12 km. de mi casa.

- Ya, pero sin esa especialización que tanto te horroriza no habría dos coches en tu casa, puede que ninguno. La educación que has recibido, las atenciones médicas y los millones de aparatos que utilizas diariamente son gracias a esto que intentas venderme como lo peor del mundo. Si rechazas tu mundo, te rechazas a ti mismo.

- El mundo y yo somos cosas diferentes, sólo que a mi el mundo me impone las cosas y yo a él no.

- Asume que eres el fruto de este mundo. Has nacido en él y él te ha acunado y amamantado. Sin él no serias tú.

- Yo ya soy yo, déjate de mundos.

- Eso te crees tú. Tú eres quien eres hoy, pero mañana serás otro, y serás otro según lo que ocurra en tu mundo. Porque tu mundo y el mundo del que hablas están en el mismo sitio.

- Tampoco me puedo marchar.

-Puedes intentarlo.

- Sí, claro. Y me voy andando.

- ¿Ves como no quieres?

- ¿Que no puedo!

- ¿Que si puedes!

- ¿Cómo?

- Tu mismo te lo acabas de decir, andando. Coge una mochila, llénala con lo indispensable y echa a andar. Así puedes irte de tú mundo y cambiarlo por otro que esté en otro sitio. Puede que no sea cómodo, incluso que no salga bien, pero si no lo intentas con los medios a tu alcance nunca lo sabrás.

- La verdad es que no me atrevería...

- Y te fumas el tercer porro para olvidar tu cobardía.

Para escribir

Para escribir basta con conocer las letras y como estas se alian para formar palabras. Cualquiera puede escribir si tiene un conocimiento básico de una lengua. Pero hacer arte con esas palabras, eso ya es más difícil.

La escritura surge del cerebro, el arte lo hace desde el pecho. Nace de esa angustia que sufre el individuo dentro de sí. Esa necesidad de contarle al mundo aquello que le aflige o enamora. El arte escrito es una planta que se riega con pasiones para que florezca. Pasiones menores pueden hacerla crecer, pero solo el odio o el amor hacen que sus pétalos se abran, que a todos embriague su perfume.

Es la desesperación por sacar esta angustia de mi pecho lo que me empuja, al fin, a escribir, a dar rienda suelta a todo aquello que quiero gritar.

Bolitas de cristal

Las ilusiones no son más que pelotas de cristal, que al ver a través suyo transforman nuestra realidad. Son simples pelotitas que nos sirven para soñar, jugar y sonreír. El problema es cuando se caen, rompiéndose en minúsculos pedazos que aguijonearán nuestros pies al andar. Yo ya tengo callo en las plantas, así que busco sin parar más pelotitas que añadir a mis juegos malabares. Por mucho que me duela mi camino es demasiado largo como para pararme.

Algo me duele dentro, pero yo sigo sonriendo.

La brújula que señalaba al sur

El plomo en el cielo presagiaba las primeras voces del invierno. Si todos los inviernos resultan duros en esta región, éste, sin duda, va a ser de los peores.

Por culpa de la peste apenas hubo jornaleros para recoger la cosecha. Innumerables fueron las pérdidas. Su marido recorría diariamente la hacienda a caballo, buscando algo que disfrazara la escasez imperante en su despensa. Esta vez él se retrasaba en su vuelta, pues ya era noche cerrada y no había vuelto aún. Fuera de la casa todo estaba negro.

El exterior era negro, negro como aquella peste que se había llevado a todos sus seres queridos, negro como la muerte que a todos nos espera.

Segura del pronto retorno de su marido prendió una vela y se dirigió hacia su alcoba para encender el hogar. La alcoba era una estancia grande, con una enorme cama en medio, dos armarios en las esquinas del fondo y una enorme chimenea frente a los pies del lecho conyugal. Entre la cama y la chimenea estaba la piel de un enorme oso a modo de alfombra que recordaba tiempos mejores, de cacerías y hazañas.

“No cómo ahora” pensó.

Posó la vela sobre la repisa de la chimenea, se sentó sobre la enorme piel y se dispuso a encender el fuego. Por lo menos madera si que tenían de sobra…

Mientras sus manos recorrían la piel de aquel magnífico oso sus ojos danzaban al ritmo de las llamas. Seguía sola. Múltiples ensoñaciones y recuerdos le mantuvieron entretenida hasta que Morfeo le inundó. Pero las primeras voces del invierno campanillearon sobre los ventanales para sacarle de su sopor. Desperezándose aún, contempló el fuego y le añadió combustible. Se desnudó para vestirse con su ropa de cama, pero así desnuda se tumbó sobre la piel del oso para disfrutar del calor sobre su piel. Las llamas se reavivaron y despertaron en su interior otro fuego, antes dormido. Un fuego cálido y acogedor que se apoderó de su voluntad, de sus piernas y sus manos, Un fuego que servía de brújula a todo su instinto de mujer.

Primero fue un dedo, luego dos. Y del panal brotó la miel.

¡Sorpresa!

Recorría una y otra vez el mismo paseo. Arriba y abajo, sin mirar otra cosa más que el suelo. Sólo podía darle vueltas y más vueltas. Ni avanzaba ni retrocedía, pero nunca estaba en el mismo sitio. No podía verlo de otra manera, no tenía otro punto de vista. Definitivamente tendría que matarle. ¿Pero como había llegado a ese punto? Todo era una mierda.

Era demasiado para él, la presión le iba a reventar las sienes. No podía sujetar el cuchillo con firmeza, el sudor de sus palmas hacia resbalar la empuñadura. Ahora no podía volverse atrás, si había llegado hasta allí era para terminarlo.

- ¡Perdone! ¿Puede decirme la hora?

- Si, espere que mire.

Se acercó con pasos rápidos. El destello del acero, el leve rumor de la hoja cortando la carne y el sordo golpe del cuerpo contra el suelo, nada más. También se alejó con pasos rápidos, mirando a todas partes, cerciorándose de que nadie había presenciado aquello.

Poco a poco aprendió a vivir con el peso de la muerte. Poco a poco aprendió a disfrutar del sabor de la sorpresa inesperada. Le buscaron por todas partes, pero nunca le encontraron. Todos muertos de un corte profundo en el cuello, ningún testigo, lugares separados por cientos de kilómetros y ninguna conexión entre las víctimas. Siempre iba con sombreros y postizos, siempre diferente e irreconocible.

¿Cómo iban a encontrarle?

¿Cómo vas a saber quien es cuando esté cerca tuyo?

¿Qué cara pondrás cuando te toque a ti?