¡Sorpresa!

Recorría una y otra vez el mismo paseo. Arriba y abajo, sin mirar otra cosa más que el suelo. Sólo podía darle vueltas y más vueltas. Ni avanzaba ni retrocedía, pero nunca estaba en el mismo sitio. No podía verlo de otra manera, no tenía otro punto de vista. Definitivamente tendría que matarle. ¿Pero como había llegado a ese punto? Todo era una mierda.

Era demasiado para él, la presión le iba a reventar las sienes. No podía sujetar el cuchillo con firmeza, el sudor de sus palmas hacia resbalar la empuñadura. Ahora no podía volverse atrás, si había llegado hasta allí era para terminarlo.

- ¡Perdone! ¿Puede decirme la hora?

- Si, espere que mire.

Se acercó con pasos rápidos. El destello del acero, el leve rumor de la hoja cortando la carne y el sordo golpe del cuerpo contra el suelo, nada más. También se alejó con pasos rápidos, mirando a todas partes, cerciorándose de que nadie había presenciado aquello.

Poco a poco aprendió a vivir con el peso de la muerte. Poco a poco aprendió a disfrutar del sabor de la sorpresa inesperada. Le buscaron por todas partes, pero nunca le encontraron. Todos muertos de un corte profundo en el cuello, ningún testigo, lugares separados por cientos de kilómetros y ninguna conexión entre las víctimas. Siempre iba con sombreros y postizos, siempre diferente e irreconocible.

¿Cómo iban a encontrarle?

¿Cómo vas a saber quien es cuando esté cerca tuyo?

¿Qué cara pondrás cuando te toque a ti?