Despertarse tarde

Era un tipo normal, de esos que te cruzas por la calle constantemente y a los que nadie parece prestar atención. Moreno, afeitado, con la mirada cansada, vestido con sobriedad, rondando la estatura media y los cuarenta años de edad. Todos los días le despertaba la alarma del teléfono móvil, pero aquella mañana se levantó antes de que sonara, a pesar de que le había costado bastante conciliar el sueño y aun no había amanecido, pareció que un resorte interno le hizo levantarse como un autómata . Las cosas no le van muy bien en el trabajo y últimamente tiene dificultades con el sueño, tiene insomnio y cuando consigue dormir las pesadillas se encargan de aguarle la fiesta despertándole empapado en sudor. Suele ser la misma pesadilla siempre, con pequeñas variantes, en la que su pequeña tienda se quema con él dentro. Intenta escapar, pero le resulta imposible, porque sus pies se han fusionado con el suelo, él se ha convertido en una columna, forma parte del local incendiado y las llamas crecen y se propagan formando un círculo a su alrededor que parece que le devora sin que pueda hacer nada. Como te contaba, esa noche le costó dormirse, pero al menos no se despertó sudando y agobiado en medio de la noche. Se levantó y comenzó su rutina matutina, fue al baño y lo hizo todo tal cual se había levantado de la cama, como un autómata, orinar, afeitarse, ducharse, lavarse los dientes... Volvió a la habitación y se vistió con la ropa que estaba sobre la silla, preparada y esperándole, como todas las mañanas. Era un tipo ordenado y le encantaba dejárselo todo listo desde la noche anterior para que su rutina fuera eficiente y organizada. No puedo comprender como le iba tan mal en su tienda con el cuidado que le ponía a todo, pero supongo que la vida es así de caprichosa y que hay gente que lo pone todo, pero la maldita Fortuna se empeña en joderles la vida, demostrándonos quien manda de verdad en nuestros destinos. Pero bueno, te sigo contando que me distraigo con cualquier cosa. Le teníamos ya vestido y aseado y fue a la cocina, donde desayunó lo mismo que todos los días, un café descafeinado acompañado de dos magdalenas.

Una vez cumplidas las primeras etapas del día salió de su casa para ir directo al coche que estaba aparcado en una calle por donde aun no pasaba nadie, era una estampa mortecina, la luz amarillenta de las farolas dibujaba sombras caprichosas, por la soledad y las penumbras más parecía un bosque que una ciudad. Al final las ciudades no son más que los bosques que nos hemos construido los hombres, porque un apartamento no es más que la copa de un árbol con armarios, cocina y baño. Podemos usar hormigón, madera, acero o lo que nos venga en gana, pero solo somos monos y terminamos buscando lo mismo que ellos. Y ya me estoy desviando de nuevo, perdona, ya sigo con nuestro hombre.

Nuestro hombre se monta en su coche, es una ranchera negra, de las que recuerdan a un coche fúnebre, lo arranca y se dirige a su tienda. Aun es de noche y nadie se cruza en su trayecto. Aparca en la misma puerta de la tienda, apaga el coche y entra por la puerta de atrás. Como siempre, sigue su liturgia diaria, apaga la alarma, saca el género que el día anterior guardó en el almacén, que está detrás de la tienda, enciende la caja registradora, se coloca el mandil, riega las plantas que usa como decoración y compañía, sube la cortina de metal que oculta la puerta principal y el escaparate y con todo listo entra de nuevo al almacén. Coge una silla, un bote de alcohol, varios pedazos grandes de algodón y una caja de cerillas. Coloca la silla en el centro de la estancia, empapa el algodón con el alcohol, le prende fuego y lanza las bolas de fuego bajo el mostrador y los estantes. Totalmente impasible se sienta en la silla mientras el fuego comienza a expandirse a su alrededor, con tanta timidez al principio que parece que no vaya a prender en la madera de los muebles, pero en apenas un par de minutos las llamas ya llegan al techo cuando suena, aguda y estridente, la alarma de su teléfono móvil. Él se despertó, rodeado por el fuego, sin escapatoria. Creyó estar en su pesadilla y esperaba despertarse pronto, empapado en sudor y con una terrible ansiedad en su pecho, pero en su cama. Lo único que esta vez ya se había despertado y no conseguía comprender porque esta vez se despertaba en medio de su propia pesadilla, y no en su cama, la cual, sin saberlo, había abandonado una hora antes. La alarma del móvil seguía sonando, tal cual él mismo la tenía programada para que le despertase, mañana tras mañana, de lunes a sábado, siempre puntual y efectiva.

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