Una mañana en la Plaza Mayor.

La plaza mayor de Madrid, antigua sede de grandes eventos que se ve hoy destinada a la soledad. Es una soledad acompañada de turistas que acuden a observarla porque la guía se lo dice, a variados artistas que buscan la calderilla visitante y de algún que otro madrileño que debe atravesarla como otra parte del camino.

Un saxofonista emite las notas de "Let it be" al lado de un Micky Mouse que vende globos mientras las cafeterías ya han extendido sus terrazas bajo el tibio Sol de Enero con uniformados camareros de brazos cruzados sin clientela que atender. Aquí, en el centro del Madrid antiguo apenas se escucha castellano. Podría escucharse mezclado con otras lenguas, enriqueciendo y compartiendo, pero no es el caso.

A la plaza, igual que a la Historia, las hemos dado la espalda, reservándolas como atractivo turístico. En nuestra carrera hacia delante, que muchas veces parece absurda, nos estamos olvidando de nuestro equipaje, y cuando queramos darnos cuenta estaremos desnudos y sin abrigos con los que resguardarnos.

No olvidemos quienes fuimos, para saber quienes somos e intentar imaginar quienes seremos.

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